30 sept 2008

Historias

Siempre me han inquietado las bancas de los parques, parece que siempre tienen historias en cada centímetro de óxido que las comprende. Pero aún no encuentro un método preciso para hacerlas hablar, al menos darme una sospecha; es como quizás cada paso que damos fue marcado de alguna forma por alguien más; siento recoger pasos y no marcar nuevos.

En su defecto somos como las bancas del parque, vamos recogiendo cuentos e historias pasadas pero nunca seremos escuchados. Mantendremos cicatrices visibles para quien busqué verlas, cualquier manito de pintura está demás; pero dentro, seguiremos siendo el improcedente silencio.

Por dentro nos dejamos consumir despacio como si se tratase de la vela postrada sobre el altar de un santo que han olvidado por falta de cumplir milagros. Es donde todo se ajusta directamente al mismo saco y perdemos la capacidad de tener emociones, ahora que arbitrariamente sostenemos la capacidad de hallarnos estables al comparable del resto, no logramos nisiquiera sospechar que algo profundamente está herrado y lo más admirable es la forma de ocultarlo; de tener un secreto personal para poder lamentarnos por él cuando no pueden vernos.

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