La vida es
así, un conjunto de accidentes que terminan con una historia; contada en
pequeñas secciones, mientras dura una taza de café.
Soy un caníbal
y tengo hambre; soy quien quiere comerse el planeta y hartarse de la realidad
frente a sus ojos; quien promueve una simple causa de libertad y armonía, de
paz hasta el simple hastío; de respirar con una incomprensible sonrisa por las
mañanas y destruir la agonía del pasado de un solo golpe con su puño izquierdo.
Quien
reposa los atardeceres de una fantasía incongruente, sobre sus pies la incertidumbre
de un lunes, previo a tanta meditación nauseabunda; a tantos recuerdos que se
han enmarcado sobre una caja llena de lágrimas que están a punto de ser
despachadas en el recolector de basura, la única forma de libertad permanece
latente sobre el reposo de mi almohada, sobre los sueños que jamás recordaré y
simplemente me satisfago con el sosiego que me trae un piano que suena de fondo.
No existen
más causas para el desatino, sé es quien se busca ser; no por otros motivos la
fuerza de voluntad que traigo encima, no permite que cualquier idea vaga logre
quitarme mis metas. Lo que se ha perdido, son los motivos para dejarme vencer,
ahora solo me quedan días para armonizar y sorprenderme de lo que se viene.
Nada en realidad, tiene un fin, es solo que finalizamos una página que no había
cerrado hace tiempo y otras tantas que están empezando a quedar marchitas con
su punto final.
Se acaban
los nombres, pero no así, los relatos que tengo pendientes; las fantasías y los
pequeños letargos de soledad donde puedo pensar por causas naturales; la
cotidianidad no existe, fue tan inútil tratar de encontrarla porque en sí; la
cotidianidad es el formato predeterminado para abstraernos de sentirnos vivos,
es como este relato, es cotidiano, rutinario, básico; porque al leerlo, solo
expresa un pasado.
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